Han pasado 258 años que la Academia
de Dijon (1754) lanzó una inquietante pregunta y ofreció un premio para quien
lograra responderla de manera adecuada: ¿Cuál es el origen de la desigualdad
entre los hombres? ¿Es acaso la consecuencia de una ley natural? Desde entonces
muchos han intentado dar una respuesta y, en el futuro, probablemente seguirán haciéndolo.
Hay una inequitativa distribución del ingreso en el mundo: el 20% de la
población recibe el 74% de los ingresos totales mientras el restante 80% de la
población debe repartirse el 26% que queda.
“Poco antes de fin de año, el World Institute for Development Economics
Research (WIDER) de la Universidad de las Naciones Unidas en Helsinski, ha
publicado un nuevo estudio en el que se investiga de manera detallada la
distribución del ingreso, de la riqueza y su evolución hasta el año 2000,
tomando en cuenta un 94% de la población mundial. Con ello empieza a cerrarse
una gran laguna en la investigación, de la que se había justamente quejado el
gobierno federal alemán en su informe sobre la pobreza de 2006. En el bien entendido
de que una investigación sobre la riqueza de los ricos y super-ricos del mundo -y
sobre las fortunas privadas y el capital, bases del poder en el mundo actual-
es un hierro candente del que la ciencia social oficial ha querido
inveteradamente apartar sus dedos”.
Los pobres y los muy ricos
Ya hace algo más de 250 años que la
Academia de Dijon (1754) lanzó una pregunta y ofreció un premio para quien
lograra responderla de manera adecuada: ¿Cuál es el origen de la desigualdad
entre los hombres? ¿Es acaso la consecuencia de una ley natural? Jean Jacques
Rousseau se interesó por la cuestión y en respuesta escribió su obra Sobre el
origen de la desigualdad entre los hombres. Como Rousseau dejó apuntado, la
desigualdad social y política no es natural, no deriva de la voluntad divina,
ni tampoco es una consecuencia de la desigualdad natural entre los hombres. Por
el contrario, su origen es el resultado de la propiedad privada, de la
apropiación privada de la riqueza del mundo entero y de los beneficios privados
derivados de esa apropiación. Desde ese momento, tratar de explicar el origen
de la desigualdad social se ha convertido en una cuestión central para las
ciencias sociales, y también desde ese momento la crítica a la sociedad
burguesa apunta a señalar tanto la estructura de la desigualdad social como la
de la falta de libertad -íntimamente conectada con la desigualdad- de una
inmensa mayoría de personas en todo el mundo.
Ya es harto sabido que actualmente
miles de millones de personas están condenadas a subsistir con menos de un
dólar por día, y que la mitad de la población mundial vive con apenas 2 dólares
diarios. También sabemos que la desigualdad mundial aumenta rápidamente, y que
también crece la desigualdad entre “pobres” y “ricos” en el interior de los
países. En los tiempos de Rousseau –según dicen los datos— la desigualdad
económica entre las distintas regiones del mundo era menor. Desde 1800 la
situación ha variado radicalmente. A partir del año 1900, aproximadamente, se
ensanchó el hiato entre el nivel de ingreso medio en los países ricos del
“norte” y el de los países pobres del “sur”, hasta llegar a una proporción de 1
a 4. Un siglo después –en la era de la globalización, la proporción es de 1 a
30-.
El hierro candente
En consecuencia, en el mundo entero
crece la brecha entre ricos y pobres. Los estudios científicos sobre la
distribución de la riqueza y la pobreza son escasos. Los informes más actuales
sobre la evolución de los ingresos datan de 1998. La medición de la desigualdad
social mundial nunca ha sido un tema prioritario para el Banco Mundial y el
FMI. Sí lo ha sido para las Naciones Unidas. En su informe sobre el Desarrollo
Social Mundial del 2005, el Banco Mundial considera que la creciente
desigualdad económica entre las distintas regiones del mundo y dentro de los
mismos países, es una causa decisiva de la violencia y del peligro de guerra
(civil), y duda de que sea posible acercarse y menos aún alcanzar la meta para
el milenio fijada por la Conferencia Mundial de Copenhague de 1995: reducir a
la mitad la pobreza mundial.
Hace mucho que sabemos -por los
estudios en los diferentes países- que por lo general la distribución de la
riqueza es aún más desigual que la de los ingresos. Para tener un esquema
acabado de la desigualdad económica real, es necesario analizar ambos
parámetros. Los investigadores del estudio del WIDER lo han hecho por vez
primera. Gracias a su trabajo pionero, contamos finalmente con datos
medianamente fiables sobre la relación entre ricos y pobres, y sobre la riqueza
en el mundo de hoy. Se investigó la distribución global de la riqueza en la
población adulta en función del ingreso familiar (neto, luego de las
deducciones. El estudio llega hasta el año 2000; datos más recientes no están
disponibles a escala planetaria. WIDER sólo pudo contar con estadísticas
completas para un número relativamente pequeño de 18 países. Para un buen
número de otros países hubo que conformarse con datos de encuestas, los cuales,
como es obvio, tienen un tremendo inconveniente: las deudas y el patrimonio
financiero (particularmente inmobiliario) no se recogen por lo común de modo
completo, o sólo a un nivel muy bajo. Eso se refleja en las estimaciones de los
autores, que se vieron obligados a proyectar a 150 países los datos tomados de
38.
En la primera división de los ricos
Del material recogido se infiere lo
siguiente: el 90 por ciento de la riqueza mundial (ingreso familiar neto) está
concentrado en Norteamérica, Europa y en la región pacífico-asiática (Japón y
Australia). Sólo a Norteamérica –con un seis por ciento de la población adulta
del mundo— le corresponde un tercio del ingreso mundial; a la India, con más de
un 15 por ciento de la población adulta mundial, en cambio, sólo corresponde un
escaso uno por ciento. Pero también entre los países ricos del norte varía de
modo considerable el nivel de riqueza. Del 1 por ciento mundial de los ingresos
familiares privados más altos, a Irlanda le corresponde el 10,4 por ciento; a
Suiza, no menos del 34,8 por ciento; y a los EEUU (a causa de la notoria
incompletud de los datos acerca de los muy ricos), “solo” un 33 por ciento. A
lo que hay que añadir que a los grupos situados en la cúspide del 10 por ciento
de ingresos más altos en EEUU corresponde casi un 70 por ciento del ingreso
familiar privado de todo el país; en China, el 10 % en la cúspide detenta
exactamente un 40 por ciento.
Quien quiera pertenecer a la primera
división de los ricos de este mundo, debe disponer de una fortuna superior a
los 500.000 dólares. Este grupo de cabeza comprende en total unos 37 millones
de adultos. Desde el año 2000, sin embargo, la suma mínima para ascender a esa
categoría ha aumentado, según se estima, en un 32 por ciento.
De ahí se sigue que un buen 85 por
ciento de la riqueza mundial pertenece al decil más elevado. Para contarse en
ese grupo del 10% de los elegidos, hay que poseer, de promedio, cuarenta veces
más que el ciudadano promedio del mundo. En la mitad baja de esa pirámide, sin
embargo, la mitad de la población mundial adulta tiene que conformarse con un 1
por ciento de la riqueza mundial.
Tomemos la famosa tarta dilecta de
damas y caballeros conservadores que quieren convencerse –y convencernos— de
que cualquier redistribución es un sinsentido, puesto que, como es obvio, no se
puede distribuir más de lo que se produce. Traslademos la estructura de la
distribución mundial de la riqueza a un grupo de diez personas que se parten la
consabida tarta. Tenemos entonces que imaginarnos a un caballero que exige para
sí el 99% de la tarta, mientras que los otros nueve tienen que repartirse el
resto. Si la tarta fuera redistribuida, el caballero no se moriría, y los otros
nueve les iría visiblemente mejor.
Niña andina pobre.
¿Dónde están los ricos y los muy ricos
de la Tierra? Norteamérica, Europa, Japón y Australia ya fueron mencionados. En
EEUU, por ejemplo, viven el 37 por ciento de los muy ricos; luego viene Japón,
con un 27%. A Brasil, India, Rusia, Turquía y Argentina, les corresponde, a
cada uno, un escaso 1% del grupo de cabeza global; China tiene ya un 4.1 por
ciento de los ciudadanos más ricos del mundo. Según el estudio WIDER, en el año
2000 había ya 13.5 millones de personas que tenían más de un millón de dólares (notoriamente
más, pues, de lo que indican los estudios de los administradores de fortunas
Merrill-Lynch y Forbes), y exactamente 499 fortunas de más de mil millones de
dólares. Ahora serán bastantes más.
Referencia:
Tomado de Michael R. Krätke, analista político
especializado en problemas sociales y económicos que escribe regularmente en el
semanario alemán Freitag.
http://www.solidaridad.net/_empobrecidos_enriquecidosarticulo4429_enesp.htm